En este artículo de El Mundo desvelamos los trucos para eliminar el abdomen en la menopausia .
Además de peligroso para nuestra salud, el tiro de los planes de adelgazamiento drásticos y sin supervisión profesional nos puede salir por la culata.
Llega la temporada alta de las dietas drásticas y, aunque suene a trillado, conviene recordar que la salud está en juego y que ‘hacer experimentos’ con la comida nos puede costar muy caro.
“A la hora de hacer una dieta hay que tener en cuenta tres factores de idéntico protagonismo: el paciente, la dieta que va a seguir y de dónde partió, de un médico, de un nutricionista, de una red social, de un amigo, de una vecina…”, advierte María Amaro, licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad Complutense de Madrid y especialista en nutrición.
Lo que está claro es que algo no va bien cuando, como señala Amaro, “nos pasamos la vida encadenando dietas“. En su opinión, “si, desde niños, nos educaran sobre la importancia de adoptar unos hábitos de vida saludables, cuyos pilares son tanto una alimentación saludable como una actividad física regular, al llegar a la edad adulta, no caeríamos en la vorágine de las dietas a la que, en la mayoría de los casos, nos empuja, no el deseo por estar sanos, sino esa presión por ajustarnos a unos cánones de belleza determinados e inalcanzables“.
A esto habría que añadirle la paradoja de que, hoy en día, “el origen de muchas de estas dietas adelgazantes falsamente milagrosas se encuentra en las mismas redes sociales que nos ofrecen una visión absolutamente distorsionada de una realidad maquillada con filtros, juegos de luces y posturas imposibles. Con el agravante de que sus ‘prescriptores’, gente muy joven que carece de la cualificación y los conocimientos necesarios para hablar de estos asuntos con solvencia, nos las venden como efectivas, rápidas y sencillas de llevar a cabo”.
En este escenario tan resbaladizo, además de hacer hincapié, una vez más, en que hacer una dieta para adelgazar es un asunto muy serio, porque está en juego la salud y porque los trastornos de la conducta alimentaria están más a la orden del día, María Amaro nos advierte que dos temas que, probablemente, llamarán mucho más la atención de los que anteponen su ‘estética’ a su salud.
El primero, más o menos sabido,
“las dietas muy restrictivas no funcionan en un 90% de los casos.
Dos de cada tres personas que las hacen recuperan el peso a medio o largo plazo”.
El segundo, y aquí viene el bombazo, hacer dieta a lo bestia sin la supervisión de un especialista puede hacernos engordar. “Las dietas altamente restrictivas suponen poner a nuestro cuerpo en ‘modo ahorro’ de energía de una forma continuada, lo cual va a hacer que cada vez sea más fácil engordar y mucho más difícil adelgazar. Porque nos quedamos atrapados en un círculo vicioso de dieta continua el resto de nuestra vida”, expone Amaro.
¿Por qué pasa esto?
“Pues porque nuestro organismo, al verse privado de los nutrientes que necesita para cumplir con sus funciones vitales básicas, hace que salten todas las alarmas. Nuestra mente interpreta la falta de comida como un atentado contra nuestra propia supervivencia y ordena a nuestro metabolismo que se ralentice, activando ponga el modo ahorro de energía. Es decir, que queme menos calorías de las que quemaría si no estuviéramos haciendo dieta para compensar esa falta de ‘carburante'”.
Pero todavía hay más. “La mera expectativa de ponernos a dieta es más que suficiente para dirigir nuestra atención, de forma involuntaria, hacia los alimentos que estimulan más nuestro apetito, que suelen ser aquellos que tienen más cantidad de azúcar, sal y grasa”.
Por eso, “muchos de los que deciden seguir una de estas dietas se pegan un homenaje a lo bestia de todo lo que van eliminar de su menú como despedida y celebran su finalización con otro atracón histórico que, lo que es peor todavía, les hace sentir tremendamente culpables“.
Esta doctora asevera que “no somos conscientes del daño que infligimos a nuestro cuerpo y a nuestra mente. Porque, al final, las dietas restrictivas lo que consiguen es establecer una mala relación con la comida, porque consiguen convertirla en una enemiga a la que hay que mantener bajo vigilancia constante. Eso por no hablar del impacto negativo que tienen en nuestras relaciones sociales que, inevitablemente, se ven mermadas por esta autolimitación culinaria”.
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